lunes, 24 de enero de 2011

Preludio de otra obra perdida


Las pequeñas grietas de las persianas dejaron entrar unas ténues ráfagas de luz. Suaves estelas que se dibujaban en la pared contraria, suficientes para hacer que despertara de aquel sueño. Ahí estaba él, sentado en la silla, mirándome. Recuerdo que llevaba una camiseta blanca un par de tallas más grande y unos pantalones cortos azul oscuro con delgadas líneas celestes. Abrí con dificultad cada ojo dibujando aquella silueta en mi cabeza. Me di la vuelta sobre la cama, cara a la pared, y sonreí a la vez que mi dedo se posaba en mi labio acariciandolo de lado a lado. Inmediatamente me di la vuelta y pregunté:- ¿Qué hora es?-. Las 8.- ¿Y por qué te has despertado tan pronto?.- No podía dejar pasar más horas sin mirarte.- Bostecé profundamente y le señalé que se tumbara conmigo en la cama. Él se acercó, se tumbó, y me acarició la cara lentamente mientras sus ojos no se despegaban de mis ojos.

El tiempo se detuvo en ese instante.

Un nuevo destello de luz me hizo despertar. Como era de esperar, otra mañana más y él seguía apareciéndose en sueños que se difuminaban al amanecer. Salí a dar una vuelta, mirando a cada segundo todos los rincones donde podía encontrarse, todas las esquinas donde podía aparecer.

Lo único que me quedó fue el recuerdo de las 7 cartas y 15 minutos.

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