miércoles, 31 de marzo de 2010


Son las 4: 29. Hoy no sé si me siento inspirada para escribir, pero ¿qué día no lo estoy?. Mi vida, mi día a día es un cúmulo se inspiraciones. ¿Mi musa? En algunas ocasiones diría que es una mezcla entre lo indiferente que me siento y lo feliz que parezco, pero en el fondo es mi desvariatez, mis delirios, el desorden que toma mi cabeza y absorve toda la serotonina que hace que a veces me disfrace y se muera mi musa. Serotonina, esa cualquiera que interviene entre mi musa y yo, la que hace que mientras se consume sea un poco más persona y deje de volar hacia mundos que a veces conozco. Esa tal que hace que mi instante vital pase más deprisa, tanto que no me de tiempo ni a decidir mis propios pasos, tan fugaz que hace que crea que soy parte de una historia, cuando en realidad me doy cuenta de que yo soy el escritor. Entonces pasa, días como hoy, dejándola, abandonándola al olvido, mi trauma psicológico hace que la pierda. Tres días sin mi droga hacen que mi cabeza vuele. Tres días sin ella hacen que mi mundo gane sentido, los "yo me entiendo" se vuelven más escasos y se convierten en "sólo sé que no sé nada". Tres días sin probarla hacen que pierda la cabeza. Mi musa ha vuelto.

viernes, 12 de marzo de 2010

Todo lo que había estado soñando los últimos 3 años ocurrió. Ahí estaba él, entretenido y despistado encendiéndose un cigarro y manteniendo una conversación en la que no prestaba mucha atención. En sus ojos verdes se lucía un gesto de cansancio, de monotonía, como si ese momento lo hubiera vivido una vez tras otra. Pero esta vez era diferente. Al final de la calle, apoyada en una esquina lo miré. No sé si mirar sea el verbo más adecuado para describir mi acción. No sólo observé aquel rostro, si no que me sumergí en sus ojos y me adentré en su mente. Miles de recuerdos revoloteaban mi pensamiento, y ahí estaba yo, embobada mirando hacia el infinito pensando en él. Ni si quiera me dio tiempo a apartar la mirada cuando giró su cabeza tan sólo para saber si se acercaba alguien y me vió. Nos quedamos mirándonos, el uno al otro, sin poder desatar el nudo que de había creado entre nuestras miradas. En realidad no nos estábamos viendo las caras, si no, leyendo nuestra mente. Para mí fue una eternidad. No podía pensar en nada, sólo podía mirar. Por fin descubrí el significado de la palabra felicidad. Felicidad era estar allí, justo en el momento y en el sitio donde me encontraba. No me arrepiento de haberme dado media vuelta, ni de no volver a hablarle, ni de no explicarle a nadie lo que sentí en ese momento. Sólo me arrepiento de mi locura, la misma por la que quise dejarlo todo por él, la misma que me llevaba a recordar ese momento cada segundo del día. La misma locura que me lleva a escribir sueños.