viernes, 16 de diciembre de 2011

Tormenta.


Hoy todo es gris. Imperfecto.
Años de encontrar el camino para mejorar se ven sumidos en un resultado desastroso de donde no saben ni salir los más expertos. Las ventanas están cerradas, intentamos abrirlas pero el viento no deja pasar ni una ráfaga de aire al interior de la habitación. En el exterior se ven olvidos. Imágenes que se van, lejos, para luego intentar volver a ser encontradas. Y de repente oyes un fuerte estruendo. Algo ha chocado contra algo. Algo que se acaba de olvidar a vuelto a ser recordado, pero ya es tarde, se ha roto la imagen del retorno.
Siguen sonando ráfagas de aire que nos gritan que todo está perdido o está perdiéndose. Poco a poco. Las canciones de viejos infelices van saliendo a la luz. Los libros de hombres derrotados van cobrando un sinsentido que hace que nosotros, víctimas de esta tormenta, nos sintamos identificados con ellos. Otros, simulan estar por encima de eso, los guardianes de la gran tormenta. Pero tienen las manos más manchadas de tierra de lo que ellos creen y por dentro saben que de esta tormenta también ellos son víctimas. Víctimas del camino del hombre, del paso del tiempo, del resultado de todo. Aunque la razón reina hoy, día de máximo esplendor de esta lluvia de aire. Porque todos necesitamos saber que estamos en un agujero en el que no podemos fiar nuestro futuro a nadie, y nos marcamos metas para ser un poco más felices, para demostrarle al viento que si no entra en esta habitación es porque nosotros le impedimos la entrada.

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